Cappuccino, paz escondida
Escrito por Reyes Triano - 27 de octube de 2024
Los panfletos de viajes pintan Sevilla con naranjos, albero, toros y tapas -y no nos engañan- pero hay que decir que este mosaico ancestral tiene juntas de hierro. Una gran avenida hace de entrada al centro de la ciudad con sus raíles. La calle San Fernando acoge bicicletas, gente que camina entre los carriles del tranvía, la copistería de los universitarios y, en la primera esquina, está Cappuccino. En una calle donde siempre da el sol, aparecen terrazas en cualquier hueco. Los camareros saludan a todo el que pase y muestran con gran habilidad la mesa libre más cercana. Excepto en este restaurante en el que no optan por la persuasión. Supongo que lo prefiero porque no me gusta que me digan lo que tengo que hacer.
La terraza da a una de las avenidas más importantes de la ciudad. Antiguamente, en esta rotonda -que no era rotonda- existía un gran puente peatonal hecho en hierro llamado La Pasarela. Construida en 1896, emulaba a la torre Eiffel y sus barandillas formaban motivos vegetales al último grito. Fue la atracción del lugar y servía como bienvenida para la Feria de Abril durante muchos años ya que los carros pasaban por debajo de camino a las casetas. En 1921, se desmontaron y vendieron sus más 81000 kilos de hierro como chatarra por lo que ahora serían 300 euros. ¿Qué sería de Sevilla sin sus naranjos?, nos preguntamos ahora. ¿Se preguntaría la gente de 1921 que sería de Sevilla sin su pasarela de hierro? Esta melancolía parece haber sido absorbida en parte por este escondite de vidrieras naranjas y verdes. Digo escondite porque el verdadero tesoro de Cappuccino se encuentra detrás de la terraza donde pocas veces se oye a la clientela hablar español y que le ha llevado a tener la moderna fama de tourist trap.
Los arcos en verde oscuro, como las palmeras que están a la sombra de otras más altas, dan una sensación de protección y escondite. Los murales de azahar, naranjas y sombras azules son el perfecto complemento a las vigas metálicas. Un gorrión revolotea buscando migas como accesorio a las plantas y los árboles. Me recuerda a pasar el día en el huerto con mi abuela mirando los gorriones que viven en el tejado. Los tallos de la vid trepando por la estructura -muy improvisada- de palos de acero y alambre. Las sillas de mimbre de mi recuerdo y del salón de Cappuccino que deberían ser incómodas pero invitan a pasar horas charlando.

Tomada por Reyes Triano - 2 de junio de 2023
El café está muy bueno. La carta de desayunos es extensa. Suelen utilizar pan de pueblo en rodajas gordas: el gran enemigo de los bocaditos de señorita. Da reparo romper el aura de elegancia y, a la vez, es la excusa perfecta para dejarse de tonterías y comer. La pasta del leñador es exquisita. Suelen tener sopas y cremas que complementan perfectamente los días de lluvia -son pocos por lo que dejan a los sevillanos aturdidos- y las gotas rebotando contra la gran cristalera. Los días de sol se reflejan de espejo a espejo. Cuesta menos estar de buen humor aquí. Por la noche, cobra vida. Invita a vestirse pero no lo exige. A lo mejor los días de gloria de Cappuccino quedaron atrás, a lo mejor el sol y las terrazas del centro lo transformaron en otra cosa. Aún me reconforta la decadencia y la imperfección. Incita a la nostalgia de un tiempo que no conozco: la pasarela hecha chatarra, el salón vacío de turistas, el tranvía que te deja en la puerta de la Catedral. El tiempo desacompasado entre la Sevilla más antigua y la más moderna. Esta decadencia recuerda a un zoo abandonado donde poder jugar sin vigilancia. Una tranquilidad prestada al bullicio al otro lado de la puerta.
No juzgaría a nadie por adentrarse en el fondo de los arcos con el artículo más barato de la carta para pasar un rato recostado en un sofá de este escenario para la imaginación. No es un sitio para ahorradores. Los alemanes hablan, los americanos se enamoran y los españoles observamos atentamente. Nuestro apartamento no tiene vestíbulo para tomar café y esperar pero Cappuccino nos presta el espacio perfecto al otro lado de los jardines de Murillo. Allí hemos celebrado cumpleaños y celebrado también hitos dentro del negocio en un ambiente íntimo y alegre. Aún así, hay días que llaman al terraceo y a sentarse al sol y sombra de los naranjos y el sonido del tranvía. El último truco es sentarse en la pequeña terraza interior cerrada por un muro de El Alcázar de Sevilla. Solo queda pedir un capuchino y hablar, hablar y hablar.
Necesitaba la poderosa atmósfera de Cappuccino para romper con un pretendiente particularmente irrespetuoso. El gran salón era parte de mi vestimenta y de mi armadura para hablar asertivamente de mis sentimientos. Era parte de la perfecta visión de librarme de este hombre. El efecto fue aún más fuerte porque éramos los únicos en el gran salón interior. Un vaso de leche fue servido a un par de treintañeros un jueves noche. Fue algo poético. Él había pedido solo un vaso de agua pero creo que el camarero vió algo en él, más allá de sus palabras. Por lo menos, puedo decir que es un sitio bueno para familias aunque técnicamente nunca haya llevado niños allí.
Normalmente, me disgusta ver las pequeñas botellas de Cocacola que pueden beberse de un sorbo y desaparecen entre el hielo. Pero ese día me alegré de que se acabara rápido. No quería marcharme pero debía irme. Me habría quedado más tiempo pero tampoco aguantaba más.