¿Croissant para uno?

Desayuno

La primera vez que fui a la Bodega después de mi “vuelta” a Sevilla fue para desayunar.

Durante mis primeras exploraciones de la zona me había alarmado bastante la cantidad de sitios tradicionales que se habían transformado en bares para guiris. Sitios de memoria ancestral como el Bar Giralda, con su interminable lista de tapas, sus frenéticos camareros y su parroquia local, no ofrecían ahora más que una versión venida a menos y por raciones -nunca tapas- de la gastronomía local. Es decir, un timo. La parroquia local, claro, ha emigrado a otros puertos de mejor abrigo.

Las Columnas está en un local pequeño, de mesas bajas mínimas, taburetes y bancos pegados a la pared. En el exterior hay mesas más amplias con sillas. Desayunar en ellas viendo la Giralda un día de sol es un verdadero privilegio. Llego temprano (abren a las ocho) y, como hace algo de fresco, me siento con mi periódico en una mesa interior.

Los camareros, paradigmas del camarero popular de Sevilla, no son ni elegantes ni discretos, pero sí rápidos y eficientes (y algo burlones). Pido una tostada de pan integral (podría haber sido mollete, o bollo, o pan sin gluten). Y aunque la oferta es muy variada (aceite y tomate, jamón, fiambre, sobrasada, paté, manteca…), pido, cómo no, pringá.

Despliego mi periódico y, de un vistazo, compruebo que la clientela es casi toda local. Un señor muy pulcro y de ceño fruncido, unos jardineros de paso, algún repartidor tomándose un café rápido, la farmacéutica de la esquina, unos funcionarios, algún vecino…

En la mesita de al lado se sienta una pareja de turistas coreanos, con ese aire incierto y vacilante de no saber muy bien cómo y qué pedir. Tras intercambiar algunas miradas deciden recabar mi ayuda. Les han dicho que éste es un sitio “auténtico” y están decididos a probar. Como puedo les explico lo que hay en la carta, aunque ya viene también en inglés. Un camarero se acerca y les saluda como si les conociera de toda la vida (lo que les hace gracia y les desconcierta a partes iguales). Se dirige a ellos en un inglés medio inventado. Pero se entienden y enseguida tienen sobre la mesa un desayuno que, me confiesan tras dar buena cuenta de él, les encanta.

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Tomada por Reyes Triano - 2 de junio de 2023

Acabo de leer el periódico, pago (2,60 euros porque la tostada era “entera”) y, con una sensación muy agradable, me despido y me voy.

Mediodía

Quedo con mi hija tras una mañana de mucho lío (tenemos que hablar unas cosas de nuestro negocio familiar). Es algo más de la una del mediodía y pronto para comer (los horarios españoles…) pero ambos tenemos hambre. Estamos cerca y no se nos ocurre nada mejor, así que nos vamos a Las Columnas a “tomar algo”.

Hay bastante gente pero conseguimos una repisa (literal) y dos sillas altas en el porche (el interior está imposible). El camarero, sin interrumpir su ritmo frenético, nos informa. “Enseguida estoy con ustedes”. Esperamos. El exterior se va llenando de gente. El camarero va y viene, nos toma nota y nos trae lo que le pedimos: cerveza, cocacola y unos montaditos.

Sigue llegando gente que ya se tiene que quedar de pie en la calle. Vienen juntos o se ven allí. Forman pequeños grupos de, se conoce, viejos conocidos. Hilan conversaciones variopintas, unas más serias que otras. Toman algo (mayoritariamente cerveza). A pesar del bullicio, la gente se esfuerza en no molestar, compartiendo las repisas para apoyar los vasos. Los pocos incidentes se resuelven rápida y pacíficamente con una amable disculpa: nadie quiere poner en peligro la paz del abrevadero.

Hablamos de nuestras cosas, contagiados por este ambiente amable y festivo. El frenético camarero nos mantiene avituallados y ya nos daremos por comidos. Pasadas las dos de la tarde nos levantamos, dejando nuestro sitio libre para alegría de los que se hacen con él, y, con el ánimo restaurado, nos vamos.

Tarde

Han venido unos amigos de fuera y quería llevarlos de tapas por el centro. Tengo un recorrido estándar para estos casos: lugares que no fallan, sea quien sea el invitado.

El recorrido comienza siempre en Las Columnas. Hoy estamos de suerte y hemos conseguido una mesita interior. Los amigos están impresionados por el buen ambiente del local, la cantidad de cosas que se puede pedir y la divertida familiaridad de los camareros.

Nos vamos animando y, como llueve y tenemos una buena mesa, decidimos estirar nuestra estancia más de lo normal. El peculiar lenguaje del local fascina a una de nuestras amigas que decide participar y pedir, en voz alta, un montadito de pringá. Solo que no pide “pringá”, sino “pringada”: la parroquia, sorprendida, ríe aprobando el intento. Nuestra amiga, que ha venido a pasárselo bien, acepta la derrota y se une a las risas.

Cuando escampa, nos levantamos y nos vamos. Aún nos dará tiempo a visitar un par de bares más…

Carlos Triano

retired pilot, airbnb host and breakfast connosieur